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XXI
PRÓLOGO.

El siglo presente ha sido para toda la familia española, de alteraciones y agitacion constante. Envuelta la sociedad en pavoroso torbellino de calamidades, un espíritu revolucionario y satánico la mantiene fuera de quicio, y no ha dado vagar para dedicarse á estudios serios y al cultivo tranquilo de las nobles artes. Interrumpidas las tradiciones literarias, perseguidos los institutos docentes, arruinadas ó uncidas al carro de la política las universidades, ¿cómo no habia de penetrar la anarquía en la literatura? Los aficionados á las letras, al mismo tiempo que proclaman la independencia absoluta del pensamiento, sin estudiar en la naturaleza ni en los modelos los principios de lo bello, son, quizá sin saberlo, menguados esclavos de la moda, y sólo aciertan á producir obrillas que durarán en manos del público lo que frágil juguete en las de un niño. «Si se compara» (dice de Méjico el sabio Couto) «lo que se escribia hácia el año de 1830 con lo que dos siglos ántes habian producido Valbuena, Ruiz de Alarcon, sor Juana Inés de la Cruz, la comparacion es notoriamente desventajosa para el tiempo posterior, y hay que convenir en que habíamos atrasado en vez de adelantar.»

En medio de este general abatimiento se han formado por sí mismos en la soledad del estudio escritores preclaros, cuyas obras individuales constituyen nuestra riqueza literaria en el siglo xix.

Así, Méjico recuerda con respeto los nombres de Carpio y Pesado, restauradores del buen gusto, y se envanece con la gloria del inspirado