apellidarse, de Veracruz (quien empezó por introducir para enriquecerla sesenta cajas de libros), creció tan en breve, y tanto acrecentó sus cátedras famosas, tal número de doctores llegó á reunir en su claustro, y así vió medrar á su sombra y arrimarse á su patrocinio colegios de la capital y de otras ciudades; en fin, tantos obispos salieron de su gremio, consejeros reales, y hombres eminentes en todas las carreras del Estado, que bien pudo el cantor de la Grandeza Mejicana exclamar con filial orgullo:
Préciense las escuelas salmantinas,
Las de Alcalá, Lovaina y las de Aténas,
De sus letras y ciencias peregrinas;
Préciense de tener sus aulas llenas
De más borlas, que bien será posible;
Mas no en letras mejores ni tan buenas;
y asegurar que era la ciudad de Méjico, aquella
En donde se habla el español lenguaje
Más puro y con mayor cortesanía.
Méjico, emporio en aquellos tiempos de las letras y las artes, rica de ingenios nativos y hospedadora de hombres doctos que procedentes de Italia, Flandes y Alemania, en ella gustosos se avecindaban, ofrece al observador imparcial espectáculo hermoso de que no hay ejemplo en colonias de otras naciones europeas, y argumento incontestable contra aqucllos que, por ignorancia ó mala fe,