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IX
PRÓLOGO.

intelectual que tales libros lleven al ánimo de nuestra juventud, solicitada hoy por lecturas perniciosas de muy diverso y nada clásico linaje. No ignoro que en alguno de los líricos, y en estos mismos bucólicos (leidos en su original), y en Tibulo y Propercio, y áun en Horacio, hay pasajes y áun composiciones enteras, merecedoras de expurgarse é indignas de correr en manos de la juventud, aunque á los doctos siempre ha consentido su lectura la Iglesia propter elegantiam sermonis. Pero en cuanto á esto ya nos dió el grande Obispo de Cesaréa una regla prudente y segura: «No veis cómo las abejas eligen cuidadosamente las flores de donde han de extraer el zumo para formar la miel, y en unas se detienen más, en otras ménos?... Así hemos de hacer nosotros con los libros de los gentiles, si aspiramos á la verdadera sabiduría.»

Siguiendo este consejo, ha expurgado nuestro Ipandro los Bucólicos, quizá con rigor nímio (pero que se comprende bien en un varon constituido en tan alta dignidad eclesiástica), sacrificando íntegros el Oarystis y otros idilios, bajo el aspecto literario muy agradables, y suprimiendo en Bion hasta el beso de Vénus á Adónis, que por ser dado á un muerto ó moribundo, y en medio de una escena de lágrimas y duelo, en nadie puede despertar reminiscencias pecaminosas.

Ya ántes que yo ha defendido bizarramente á Ipandro otro insigne humanista americano, D. Miguel Antonio Caro, el que condujo á las orillas del Bogotá la musa de Virgilio. Él ha recordado la