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los otros. Porque desde luego las aman por ser hechura suya, á la manera que los poetas estiman sus versos y los padres á sus hijos; y las aman tambien por la utilidad que de ellas sacan como todos los demas. Por tanto son molestos en su trato, no queriendo alabar otra cosa sino su dinero. Céph. Decís mucha verdad.

Sóc. Muy bien. Mas decidme aun, quál ha sido, á vuestro parecer, el mayor bien que os han procurado las riquezas? Céph. Apénas podria yo persuadir á muchos lo que voy á deciros. Vos sabeis muy bien, Sócrates, que en llegando á consentir alguno que en breve ha de morir, le sobreviene el temor y cuidado de aquellas cosas que ántes no le causaban ninguna pena. Lo que se cuenta de los infiernos, como deben padecer allí suplicios los que aquí fuéron malos, de lo que se reian hasta entónces, empieza á inquietarle el ánimo y á temer que sea verdad lo que habia tenido por fábula. Y él mismo, ahora sea por flaqueza de la edad, ahora tambien por tener ya mas cerca las cosas de allá, las vé con mayor claridad. De aquí el llenarse de sospechas y temores, y recorrer las acciones de su vida, por ver si hizo mal á alguno. Si en el exámen de su conducta, la encuentra llena de injusticias, despertando con freqüencia de sus sueños, tiembla como los niños, y dexa llevarse de la desesperacion. Pero el que no encuentra en sí que reprehenderse, vive acompañado de una dulce esperanza, nodriza excelente de la vejéz, como