LXX
apoderasen del corazon de Dionisio, en términos que no pudiesen contrarestarles.
Bien pronto les vino á mano ocasion muy favorable, de la que no dexaron de aprovecharse. Platón habia persuadido al Rey que licenciase los diez mil extrangeros que componian su guarda, y que suprimiese diez mil hombres de caballería, como mucha parte de infantería, y que reduxese á corto número las quatrocientas galeras que tenia siempre armadas. Los mas intencionados envenenaron este consejo, haciendo entender á Dionisio, que Dion se habia valido de aquel sofista para persuadirle que se deshiciese de sus guardas y de sus tropas, á fin que los atenienses hallandole desprevenido, pudiesen destruir la Sicilia, y vengarse de las pérdidas que habian sufrido en tiempo de Nicias, ó que él mismo pudiese arrojarle y ocupar su puesto. Esta y otras calumnias que tenian bastante apariencia para sorprender a un tirano, no hiciéron al pronto sino la mitad del efecto que ellos se prometian: porque Dion solo fué la víctima del furor de Dionisio, que le hizo á presencia suya meter en un barco,