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LXIX

mas grande felicidad que podia conseguir su Reyno. Un principio tan dichoso tuvo aun conseqüencias mas felices; pues como si un Dios se hubiese aparecido y mudado los corazones, toda la corte se halló tan reformada, á lo ménos en apariencia, que el palacio de Dionisio mas parecia escuela de filosofia, que habitacion de un tirano. Pasado algunos dias llegó el tiempo del sacrificio que se hacia todos los años en el alcázar por la prosperidad del Príncipe. El heraldo habiendo, segun costumbre, pronunciado en alta voz la oracion solemne, reducida á decir, que pluguiese á los Dioses mantener por largo tiempo la tiranía, y conservar al tirano; Dionisio, á quien estos nombres empezaban á ser odiosos, le dixo de modo que todos lo oyeron: no acabarás por fin de maldecirme? Este dicho del Príncipe hizo pensar que los discursos de Platón habian hecho una verdadera y fuerte impresion en su ánimo: por lo que Philisto y quantos favorecian la tiranía, creyeron que no se debia perder tiempo, y que era menester arruinar á Dion y á Platon ántes que se