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EL SITIO DE LA CÁMARA

volví á ocupar mi puesto, ví que atravesaba el cuerpo del piloto con su espada.

Y en verdad que no había tiempo que perder, pues apenas dirigí mi atención á la ventana, cuando cinco hombres que traían una verga de repuesto para usarla como un ariete demoledor, se habían puesto en posición para derribar la puerta. Jamás en mi vida había disparado una pistola, y un fusil muy rara vez, y contra un sér humano, nunca. Pero ahora tenía que hacerlo, ó jamás lo haría; y cuando empezaron á mover la verga, grité: “¡ Allá va eso!"—y disparé un pistoletazo en medio de ellos.Debí de herir á alguno, porque dió un grito y echó pie atrás, y el resto se detuvo como desconcertado. Antes de que tuvieran tiempo de volver de su sorpresa, disparé otro tiro sobre sus cabezas; y á mi tercer disparo, aunque tampoco dió en el blanco, todos soltaron la verga y echaron á correr.

Entonces arrojé una mirada á la cámara que estaba toda llena del humo de mis disparos, mientras mis oídos parecía que habían reventado con el estruendo de los tiros. Pero allí estaba Alán, de pie como antes, solamente que su espada se hallaba cubierta de sangre hasta el puño, y él en tal actitud y postura de triunfo como si fuera invencible. Ante él, y bañado en su sangre, estaba tendido el Sr. Suan, con el rostro terrible y pálido: en aquel momento algunos le cogieron por los talones y se lo llevaron arrastrando. Creo que entonces murió.

—¡Ahí tenéis uno de vuestros Whigs!—exclamó Alán, y dirigiéndose después á mí me preguntó si había hecho mucho.

Le dije que había herido á uno y creía era el capitán.