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PLAGIADO

Un momento después se alejó.

—Y ahora,—dijo Alán,—no pierda Vd. la cabeza pues el momento se acerca.

Alán sacó un puñal que conservó en la mano izquierda, para el caso de que le atacaran por debajo de su espada. Yo subí al camarote con un puñado de pistolas y el corazón no muy ligero, y abrí la ventanilla donde debía estar á la mira de lo que se intentara. Sólo podía ver una pequeña parte de la cubierta, pero lo bastante para nuestro propósito. El mar se había calmado, el viento también, y en el buque reinaba un gran silencio, de modo que podía distinguir el murmullo de voces. Poco después oí un ruido de armas en la cubierta que me hizo creer que estaban distribuyendo los machetes y que habían dejado caer uno; después reinó nuevo silencio.

No sé si lo que yo tenía era miedo; pero mi corazón latía unas veces despacio, otras apresuradamente, y había una especie de nubecilla ante mis ojos, que continuamente restregaba, desapareciendo aquella obscuridad para volver al momento. Recuerdo que traté de rezar, pero en el estado de mi espíritu no podía pensar en las palabras; y mi principal deseo era que empezase de una vez el asunto, y terminase.

Cuando comenzó fué de repente con un ataque rápido y una gritería, después una exclamación de Alán, un sonido de golpes y uno que gritaba como si hubiera sido herido.

Volví la cabeza y ví al Sr. Suan frente á la puerta cruzando su acero con el de Alán.

—Ese es el que mató al muchachio,—grité.

—Atienda Vd. á su ventana,—dijo Alán;—y cuando