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EL HOMBRE DEL CINTURÓN CON ORO

-¡Ha encallado!-dijo el Sr. Riach. —No,-replicó el capitán,-hemos pasado por ojo á

un bote.

Y salieron precipitadamente.

El capitán tenía razón. Habíamos pasado por ojo un bote en la niebla, partiéndolo en dos y echándolo á pique con toda su tripulación, menos un hombre. Este, como supe después, se hallaba sentado en la popa en calidad de pasajero, mientras el resto remaba en los bancos. En el momento del choque, como tenía las manos libres, y á pesar de su grueso gabán, dió un salto y pudo asirse del bauprés del bergantín. Esto demostraba que poscía mucha agilidad, fuerzas no comunes, y no poca suerte, pues de lo contrario no se hubiera salvado. Y sin embargo, cuando el capitán lo trajo á la cámara, y fijé en él las miradas por vez primera, parecía tan fresco y tranquilo como si nada hubiera acontecido.

Era de pequeña estatura pero bien formado y ágil: su rostro, muy tostado por el sol, era abierto y franco, y lleno de manchas y marcas de viruelas; los ojos muy claros y como si le bailaran, lo que le comunicaba una expresión á la vez que agradable, algo alarmante. Cuando se quitó el gabán, puso sobre la mesa un par de hermosas pistolas montadas en plata, y ví que tenía ceñida una gran espada. Sus modales eran elegantes. Al primer golpe de vista noté que era un hombre á quien preferiría tener por amigo antes que por enemigo.

El capitán estaba haciendo también sus observaciones, pero más bien acerca de los vestidos del hombre que de su persona. Para decir la verdad, tan luego como se quitó el gran gabán dejó ver un traje demasiado hermoso para