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LA CÁMARA DEL CAPITÁN

que no muy brillante, lo suficiente para dejarme ver al Sr. Suan sentado á la mesa con la botella de licor y un vaso de hoja de lata frente á él. Era un hombre alto, de recia constitución y muy trigueño, y estaba con las miradas fijas en el vacío como un idiota.

Ni siquiera notó mi entrada, ni se movió cuando el capitán me siguió y se reclinó en el camarote, fijando una mirada sombría en el piloto. Yo tenía gran temor del capitán y no sin razón para ello; pero algo me hacía comprender que no debía abrigar ninguno entonces, y le pregunté en voz baja,—"¿ Cómo está?" Movió la cabeza como quien no sabe ni desea pensar, y su rostro tomó una expresión muy severa.En esto entró el Sr. Riach. Le hizo una seña al capitán indicándole que el muchacho estaba muerto, y tomó su asiento como los demás; de modo que todos los tres permanecíamos silenciosos contemplando al Sr. Suan, quien por su parte, sin decir una palabra, permanecía sentado con las miradas fijas en la mesa.

De repente echó mano á la botella, y entonces el Sr.

Riacho se adelantó y se la arrebató, más bien por sorpresa que por la fuerza, diciendo á gritos, con un juramento, que ya se había hecho demasiado en ese sentido y que sobre el buque caería un juicio severo. Y diciendo esto arrojó la botella al mar por una de las ventanillas.

El Sr. Suan se pusó en pie en un abrir y cerrar de ojos: estaba medio entorpecido, pero dispuesto á matar á alguno y habría cometido un segundo asesinato aquella noche, si el capitán no se hubiera interpuesto entre él y su víctima.

—¡Siéntese Vd.!—rugió el capitán.—¿Sabe Vd. lo