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PLAGIADO

seguí tan calladamente como pude, y penetrando en la cocina sin que me oyera, me detuve y me puse á vigilarle.

Había tenido tiempo de abrir la despensa y sacar una botella de aguardiente, y se sentó á la mesa de espaldas hacia mí. De vez en cuando era presa de mortal estremecimiento y se quejaba muy alto, y llevándose la botella á los labios tomaba un trago del licor espirituoso.

Di un paso adelante, me acerqué á donde estaba, y de repente, poniendo las manos en sus hombros, exclamé: "¡Ah!" Mi tío dió una especie de grito sofocado como el balido de una oveja, levantó los brazos, y cayó al suelo como si estuviera muerto. Esto me afectó desagradablemente; pero tenía que mirar por mí mismo antes que todo, y no vacilé en dejarle tendido en el suelo. Las llaves colgaban de la alacena: mi intención fué proveerme de arinas antes de que mi tío volviera en sí y pudiese imaginar algo malo. En la alacena había unas cuantas botellas, al parecer con medicinas, un gran número de recibos, cuentas y otros papeles que de buena gana habría examinado, á haber tenido tiempo, y otras cosas que nada me importaban. Me dirigí entonces á los cofres.

El primero estaba lleno de harina; el segundo de sacos de dinero y papeles atados en haces; en el tercero, entre otros muchos objetos, la mayor parte ropa, encontré un antiguo, feo y enmohecido puñal escocés sin su vaina.

Lo tomé, lo oculté bajo mi chaleco, y entonces me acerque á mi tío.

Yacía por tierra en la misma posición en que había caído, con una rodilla levantada y un brazo extendido: el