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PLAGIADO

chaleco azul muy viejos, aunque bien conservados, y un buen sombrero de castor, aunque sin cordón. Se los puso, y tomando un bastón lo cerró todo con llave, y se dirigió á la puerta, cuando le detuvo un pensamiento.

—No puedo dejarte solo en la casa,—dijo.—Tengo que cerrarla y dejarte afuera.

Se me agolpó la sangre al rostro.

—Si Vd. hiciere eso,—le dije,—aquí terminará nuestra amistad.

Se puso muy pálido y mordiéndose los labios exclamó, dirigiendo una mirada perversa á un rincón del cuarto: —Ese no es el modo de ganarse mi amistad, David.

—Señor,―le dije, con todo el respeto debido á la edad y á nuestra sangre común, no deseo sus favores comprados de esa manera. He sido educado en el respeto de mí mismo; y si fuera Vd. mi tío y mi familia entera cien veces, no quisiera obtener su buena voluntad á semejante precio.

Mi tío se dirigió á la ventana y miró afuera un breve rato. Podía verle todo trémulo y agitándose como á un hombre con perlesía. Pero cuando dió una media vuelta, había una sonrisa en su rostro.

¡Bien! bien !—dijo,—debemos ser sufridos y tolerantes. No saldré: es todo cuanto tengo que decir.

—Tío,—le dije,— no comprendo esto. Usted me trata como á un ladrón; odia la idea de tenerme en esta casa, y me lo deja ver con cada palabra y á cada instante; no es posible que me tenga afecto; y en cuanto á mí, le he hablado á Vd. como jamás pensé hablar á hombre alguno.

¡Por qué me quiere Vd. retener ? Déjeme ir al lado de los amigos que tengo y se interesan por mí.