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PLAGIADO

que se movía de un lado á otro; era mi tío que nos veía partir.

Entretanto, Alán y yo proseguíamos lentamente nuestro camino, sin proferir apenas una palabra. Un mismo pensamiento era el nuestro: la hora de separarnos se acercaba, y nos abrumaba el recuerdo del tiempo pasado.

Hablamos de lo que debía hacerse; y se resolvió que Alán se quedaría oculto en el campo, ya aquí, ya allí, pero viniendo todos los días á un lugar dado en que yo pudiera comunicarme con él, personalmente ó por medio de mensajero. En el interín yo me avistaría con un abogado, que era un Stuart de Apín, y por lo tanto hombre de quien fiarse, y que buscaría el modo de embarcar á Alán con toda seguridad. No bien convinimos en esto, permanecimos silenciosos, como si, de repente, nos faltaran palabras que pronunciar. Creí que podría chancearme un poco con Alán, bajo su nombre supuesto del Sr. Tomson, y que él me respondería con alusiones á mis nuevos vestidos y á mis propiedades; pero es fácil comprender que estábamos más inclinados á llorar que á reir.

Llegamos, en fin, á un punto llamado el Descanso, desde donde se divisa la ciudad de Edimburgo y el castillo. Allí nos detuvimos, porque ambos sabíamos, sin necesidad de decírnoslo, que había llegado la hora de separarnos. Aquí se repitió lo que habíamos concertado: las señas del abogado, la hora diaria en que Alán debería estar en el lugar convenido, y las señales que haría el que viniese á buscarle. Le dí todo el dinero que llevaba conmigo (una libra ó dos que me había facilitado Rankeillor) para que pudiera proporcionarse los medios de alimen-