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PLAGIADO

—No comprendo cómo,—dijo mi tío.

—No?—dijo Alán.—Es muy sencillo también: Vdno quiere que el muchacho vuelva. Bien: ¿qué quiere Vd. que se haga con él, y cuánto pagará Vd. por ello?

Mi tío no respondió, sino se movió visiblemente inquieto en su asiento.

—Veamos, señor,—dijo Alán.—Vd. debe haber comprendido que soy un caballero: yo llevo un nombre de rey, y no soy hombre de quedarme aquí tranquilo á la puerta de su casa. Ó me dá Vd. una respuesta terminante y cortés, ó lo atravieso á Vd. de parte á parte con este acerco.

¡Eh! ¡ hombre!—gritó mi tío poniéndose en pie.

—Concédame Vd. un instante. ¿ Qué es lo que le pasa á Vd? Yo soy un hombre sencillo, y no soy un maestro de danzar, y trato de ser tan político y cortés como es humanamente posible. Y en cuanto al lenguaje de Vd., no es muy escogido. Dice Vd. que me atravesará de parte á parte. Olvida Vd. mi arcabuz?

—La pólvora y las viejas manos de Vd. son como un caracol en comparación de una golondrina, contra esta espada en las manos de Alán,—dijo este.—Antes de que ese dedo vacilante pueda dar con el gatillo de su arcabuz, tendrá Vd. este acero dentro de su cuerpo hasta la empuñadura.

— Por qué negarlo, hombre?—exclamó mi tío.—Hágase como Vd. quiere: no intento incomodar á Vd. Dígame lo que desea, y verá Vd. cómo nos arreglamos.

—Me alegro, señor,—dijo Alán.—Yo no pido otra cosa, sino tratar lisa y llanamente este asunto. En una palabra ¿ quiere Vd. que el muchacho viva ó muera?