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LLEGO AL FIN DE MI JORNADA

—Sí,—prosiguió el hombre,—debe de haber muerto, no me queda duda; y eso es lo que le trae á Vd. á llamar á mi puerta.

Siguió otra pausa, y entonces dijo desdeñosamente: ¡Bien! hombre, le dejaré entrar á Vd.—y desapareció de la ventana.