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PASAMOS EL RÍO

al ver el buen resultado que iba dando su estrategema, y yo furioso de verme tratado de Jacobita y como un chiquillo.

PASAMOS EL RÍO —¡ Alán !—grité,—no puedo sufrir esto por más tiempo.

—Sin embargo tiene que ser así, David, dijo Alán, porque si esto fracasa, Vd. podrá escapar con la vida; pero Alán Breck puede considerarse hombre muerto.

Esto era tan cierto que exhalé un lamento; y aun este lamento sirvió al objeto de Alán, pues fué oído por la muchacha cuando volvía á toda prisa con un plato de bizcochos y una botella de cerveza.

Pobre muchacho!—dijo, y no bien puso la comida en la mesa, me tocó el hombro con una palmadita amistosa, como si quisiera infundirme ánimo. Entonces nos dijo que comiéramos y bebiéramos pues no había nada que pagar, puesto que la posada era suya, ó á lo menos de su padre que había ido á pasar el día á cierto lugar que mencionó. Nos pusimos, pues, á comer, y mientras comíamos y bebíamos, ella permaneció sentada al lado de la mesa inmediata, mirándonos y pensando y estrujando entre los dedos las cintas de su delantal.

—Estoy pensando que tiene Vd. la lengua un tanto suelta, dijo al fin dirigiéndose á Alán.

—Sí,—respondió Alán,—pero Vd. vé que yo sé con quien hablo.

—Nunca le haré traición,—dijo ella,—si Vd. alude á eso.

—No,—replicó Alán,—Vd. no es de esa clase de gente. Pero le diré lo que puede hacer para ayudarnos.