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PASAMOS EL RÍO

en estado de satisfacerme con nada. Pocos momentos antes me había imaginado que estaba ya llamando á la puerta del Sr. Rankeillor para reclamar mi herencia, como un héroe de novela ; y ahora retrocedía sin saber á dónde iba.

—¿Y bien ?—pregunté.

—¿Y bien?—contestó Alán.—¿ Qué quiere Vd.? No son tan tontos como yo creía. Aun tenemos que pasar el río, mi querido David.

— Y por qué ir hacia el este?—dije.

—¡ Oli! para ver que se puede hacer,—contestó.—Si no nos es posible pasar el río, tendremos que cruzar el brazo de mar.

—En el río hay vados, y no los hay en el brazo de mar,—agregué.

—Ciertamente que hay vados, y también hay un puente, dijo Alán,—pero ¿ de qué nos sirve si está vigilado?

—Pero un río puede atravesarse á nado,—repliqué.

—Por los que saben nadar,—me contestó,—pero no sé que Vd. ó yo tengamos mucha habilidad en ese ejercicio; y en cuanto á mí, nado como una piedra.

—No puedo contradecir á Vd., Alán, pero veo que vamos de mal en peor; pues si es difícil pasar un río mucho más difícil será pasar un brazo de mar.

—Pero olvida Vd. que hay algo que se llama bote ó embarcación,—dijo Alán,—ó mucho me engaño.

—Sí, y también algo que se llama dinero,—le repliqué. Pero para nosotros que no tenemos ni lo uno ni lo otro, es como si no existieran.

—¿Vd. lo cree así?—me preguntó.