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PLAGIADO

á intervenir en el momento oportuno. Pero cuando se pronunciaron aquellas palabras no había lugar á vacilaciones, y Duncan, algo pálido, se interpuso entre ellos.

—Caballeros, —dijo,—yo he estado pensando en otra cosa. Aquí están mis cornamusas, y aquí están Vds. dos que gozan la fama de excelentes tocadores de cornamusa.

Hace tiempo que se disputa acerca de quien se lleva la palma. Tenemos ahora la oportunidad de decidirlo.

—Señor,—dijo Alán dirigiéndose á Robín de quien no había apartado un momento los ojos, como tampoco Robín de él, me parece que he oído hablar algo de eso.

¿Entiende Vd. de música, como dice la gente? ¿ sabe Vdtocar la cornamusa ?

—Puedo tocar la cornamusa como el primero,—exclamó Robín.

—Y eso es mucho decir, replicó Alán.

—He hecho buenas mis palabras antes de ahora,— contestó Robín, y eso contra mejores adversarios.

—Es fácil probarlo,—dijo Alán.

Duncan se apresuró á traer el par de cornamusas y puso delante de sus huéspedes un jamón y una botella de una bebida compuesta de aguardiente de centeno, miel de abejas y crema dulce, todo bien batido. Los dos enemigos estaban aun á punto de desenvainar la espada, pero se sentaron frente á frente junto al fuego con un gran despliegue de cortesías. Maclaren los invitó á que probaran el jamón y la bebida preparada por su esposa. Pero Robín dió las gracias diciendo que era malo para la respiración.

—Debo advertirle á Vd., señor, dijo Alán,—que hace cerca de diez horas que no pruebo alimento, lo