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PLAGIADO

Empezó al fin á alborear; me pareció que aquella noche había durado años. El mayor peligro ya había pasado, y podíamos andar como hombres, erectos, en vez de arrastrarnos como animales. Pero ¡ qué figura debíamos de tener, yendo doblados en dos, tropezando como niños, y pálidos como cadáveres! Ni una palabra cambiábamos cada uno llevaba cerrada la boca con las miradas fijas delante, levantando el pie y dejándolo caer como quien alza una carga muy pesada.

Dije que Alán hacía como yo; no porque yo lo mirara, porque harto tenía con ver donde ponía los pies, sino porque es evidente que el cansancio le había vuelto tan estúpido como á mí, sin poner mucha atención por donde íbamos, pues de otro modo no hubiéramos caído en una emboscada como un par de ciegos.

He aquí como aconteció. Descendíamos una ladera cubierta de brezales, Alán delante y yo detrás, cuando de repente oímos un ruido de hojas que se movían y salieron tres o cuatro hombres harapientos, y un instante después yacíamos los dos por tierra, de espaldas, cada uno con un cuchillo á la garganta.

No creo que me alarmé mucho: tan fatigado, adolorido y estropeado me encontraba, y me alegraba tanto de verme detenido en mi marcha, que no pensé en el cuchillo. El hombre que me sostenía, amenazándome, tenía el rostro tostado por el sol y los ojos muy claros, pero no me inspiró miedo. Oí á Alán y á otro hablar en gaélico, pero naturalmente no comprendí lo que decían.

Entonces retiraron los cuchillos, nos quitaron nuestras armas, y nos sentaron frente á frente.

—Son de la gente de Cluny,—dijo Alán.—No podía-