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PLAGIADO

rosidad no me atreví á decir nada de esto: sin embargo lo pensé.

Aun pensé en ello más, cuando el mensajero sacó una bolsa verde con cuatro monedas de oro y otras monedas menudas. Era más de lo que yo tenía. Pero Alán con menos de cinco libras no podía regresar á Francia; y yo, con menos de dos, no podía ir más allá del Embarcadero de la Reina; de manera que, pesándolo todo, la compañía de Alán no solo era un peligro para mi vida sino una carga para mi bolsillo.

Pero en mi honrado compañero no había pensamientos de tal naturaleza. Creía que me estaba sirviendo, ayudando y protegiendo. ¿Qué podía hacer yo, pues, sino callar y continuar adelante?

—No es mucho,—dijo Alán guardando la bolsa en su bolsillo, pero me servirá. Y ahora, Juan Breck, si Vdme devuelve el botón de plata, este caballero y yo nos pondremos en marcha.

Pero Juan Breck, después de buscar y rebuscar en una gran bolsa de pelo, comenzó á mirar de un lado á otro hasta que al fin dijo que creía haberlo perdido.

—¡ Cómo!—exclamó Alán. ¿ Vd. perder un botón que perteneció á mi padre? Ahora le diré lo que pienso esto es lo peor que Vd. ha hecho desde que nació.

Y al decir Alán esto, apoyó las manos en las rodillas y contempló al mensajero con una sonrisa y con aquella mirada que nada bueno prometía para sus enemigos.

Quizás el mensajero era realmente honrado; quizás pensó engañarle, pero hallándose á solas con dos hombres en un lugar desierto, creyó más prudente ser completa-