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CONTINÚA LA HUIDA ENTRE LOS MATORRALES

que enviaba era todo lo que pudo conseguir, y rogaba al cielo que nos remediáramos con él. Finalmente, incluía una de las citaciones judiciales con nuestra filiación.

La leímos con gran curiosidad y no sin cierto temor.

Alán estaba descrito como hombre de pequeña estatura, marcado de viruelas, activo, de unos treinta y cinco años de edad, vestido con sombrero de plumas, casaca francesa azul, con botones de plata y encaje bastante desmejorado, chaleco rojo y pantalones de felpa negra. De mí se decía que era un muchacho alto y fuerte, de unos diez y ocho años de edad, vestido con levita azul, muy destrozada, un viejo gorro montañés, chaleco largo, pantalones azules, pantorrillas desnudas, alpargatas, acento de hombre del sur é imberbe. A lán quedó muy complacido al ver tan bien descrito su hermoso traje; solo cuando llegó á la palabra " desmejorado" dió una mirada al encaje, un tanto mortificado. En cuanto á mí, creí que hacía un papel muy triste en la citación judicial, sin embargo, quedé bien complacido, puesto que habiéndome despojado de esos harapos, la filiación cesaba de ser un peligro y se convertía en motivo de seguridad.

—Alán,—le dije,—Vd. debe cambiar de vestido.

—No por cierto,—contestó.—No tengo otro. ¡Bonita figura haría si volviese á Francia con un gorro!

Esto me hizo reflexionar que si yo me separaba de Alán y de sus vestidos delatores, no correría peligro de ser arrestado y podría continuar mi camino sin temor alguno. Ni fué esto todo. Suponiendo que se me arrestase cuando estuviese solo, había muy poco contra mí; pero si me agarraban en compañía del presunto asesino, mi caso se volvería grave. Por un sentimiento de gene-