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LA HUIDA ENTRE LOS MATORRALES: LAS ROCAS

bamos de tiempo en tiempo cambiando de posición. Entretanto no teníamos agua, solo coñac puro para beber, que era preferible á no tener nada, y que conservábamos tan fresco como podíamos, introduciéndolo en la tierra.

Con él obteníamos algún alivio lavándonos el pecho y las sienes.

Los soldados continuaron moviéndose todo el día en el fondo del valle, ya relevando los centinelas, ya reconociendo en patrullas las rocas y matorrales. Estos eran tan numerosos, que buscar entre ellos á un hombre era lo mismo que buscar una aguja en un pajar, y como veían la imposibilidad de la tarea no se tomaban mucho empeño.

De vez en cuando veía á los soldados introducir las bayonetas en los matorrales, lo que me hacía correr un escalofrío por todo el cuerpo.

Á veces se detenían en las cercanías de nuestra roca, de manera que apenas nos atrevíamos á respirar. Recuerdo que uno aplicó la mano á la roca en que estábamos, por el lado que la bañaba el sol, y que exclamó retirándola inmediatamente: "Le digo á Vdque está caliente." El fastidio y todas las incomodidades de las horas que pasamos en la roca, iban en aumento á medida que adelantaba el día, como que se iba volviendo más caliente y el sol más implacable. Yo padecía vértigos, intenso molestar y dolores reumáticos. Á eso de las dos de la tarde, se hizo realmente insoportable. El sol, que había declinado un poco hacia el oeste, dejó medio envuelta en la sombra el lado de la roca oculta á las miradas de los soldados.

—Tanto da morir de un modo como de otro,—dijo Alán y se deslizó al suelo por el lado de la sombra.

Lo seguí inmediatamente, cayendo cuán largo era.