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LA HUIDA ENTRE LOS MATORRALES: LAS ROCAS

y propuse, si él quería, derramar el coñac y bajar al río para llenar la botella de agua.

—No quiero tampoco perder esta buena bebida,—dijo, —que le ha sido tan útil esta noche, pues de lo contrario aun estaría Vd. en el peñasco. Y Vd., que es hombre de tanta penetración, debe de haber observado que Alán Breck Stuart andaba quizá más rápidamente de lo que acostumbra.

— Andar! exclamé,—Vd. corría á todo escape.

—¿ Sí?—dijo,—entonces debe Vd. tener la seguridad de que no había tiempo que perder. Y ahora hemos hablado ya bastante, y es necesario que Vd. duerma. Yo haré la guardia.

Por lo tanto me acosté á dormir. En la cavidad que formaban las dos rocas, de que he hablado, se había aglomerado un poco de tierra turbosa en la que crecían algunas hierbas que me sirvieron de cama.

Lo último que oí fué el chillar de las águilas. Serían las nueve de la mañana cuando fuí rudamente despertado, y hallé la mano de Alán que me tapaba la boca.

—¡Chit!—murmuró en voz baja,—estaba Vd. roncando.

¡Bien !—dije sorprendido al ver la ansiedad que revelaba su rostro, y ¿ qué tiene eso de extraño?

Alán miró con mucha cautela por entre las rocas y me dijo que hiciera lo mismo.

El día estaba ya bastante entrado, muy caliente, y el cielo sin nubes. En el valle, como á media milla del río, había un campamento de soldados, en medio del cual ardía un fuego en que se cocinaba algo; y cerca dei campamento, en lo alto de una roca, tan elevada como la