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LA CASA DEL MIEDO

—¿Qué pensarían los Camerones? (Lo que me confirmó en la creencia de que debía de ser un Camerón de Mamore el que cometió el asesinato.) ¿No vé Vd. que podrían prender al mozo? ¿ Vd. no ha pensado en eso?dijeron los dos con tan inocente vehemencia, que comprendí era inútil hablar más del asunto.

Muy bien, muy bien, haga Vd. lo que quiera.

Acúseme á mí, acuse á Alán, y hasta al Rey Jorge, puesto que los tres somos inocentes y eso es lo que se quiere. Y después de una breve pausa, agregué: —pero al fin, yo soy amigo de Alán, y si puedo servir á uno de sus amigos, el peligro no me detendrá.

Creí que era lo mejor que podía hacer, porque veía la agitación de Alán, y además comprendí que tan pronto como me alejara de allí, se me acusaría, quisiera ó no, en lo cual me equivocaba, pues no bien hube pronunciado esas palabras cuando la esposa de Santiago corrió hacia mí, y me abrazó llorando y después á Alán, pidiendo que Dios nos bendijera por nuestras bondades para con su familia.

—En cuanto á tí, Alán, era tu obligación,—dijo,pero en cuanto á este joven que ha venido aquí y nos ha visto por nuestro lado peor, y ve al buen amo de la casa rogando como un suplicante cuando por derecho podía dar órdenes como un rey, en cuanto á Vd., joven amigo,—continuó,—me duele en el alma no conocer su nombre, pero conozco el rostro; y mientras me lata el corazón, lo recordaré, y lo bendeciré.

Y diciendo esto me besó, y rompió de nuevo á sollozar, de tal modo que yo no sabía qué hacer.

¡Basta! ¡basta!—exclamó Alán,—en este mes de