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LA CASA DEL MIEDO

sin embargo, comenzó de nuevo la misma agitación y movimiento.

Habiendo tranquilizado de este modo á su gente, descendimos la colina y fuimos recibidos en la puerta del patio por un hombre alto, hermoso, de más de cincuenta años que saludó á Alán en gaélico.

—Santiago Stuart,—dijo Alán,—hablemos en inglés, porque este joven caballero que viene conmigo no entiende otro idioma. Este caballerito, continuó Alán pasando el brazo bajo el mío,—es de las Tierras Bajas, y un señor en su país, pero conviene que por ahora no revele su nombre.

Santiago de los Glens me contempló un instante y me saludó muy cortesmente; luego se dirigió á Alán.

—Ha sido un terrible accidente,—exclamó,—que traerá muchos males sobre el país, y diciendo esto se retorció las manos.

—¡ Bah !—dijo Alán,—es preciso estar á las verdes como á las maduras. Colín Roy está muerto, y debes dar gracias que así sea.

—¡Ah!—prorrumpió Santiago,—daría cualquier cosa porque estuviese vivo. Fácilmente se puede perorar y amenazar anticipadamente; pero ahora que la cosa está hecha, Alán, ¿ sobre quién recaerá la reprobación? El asunto recaerá sobre Apín, no lo olvides, Alán; Apín lo pagará, y yo soy un hombre con familia.

Durante este diálogo yo había estado observando á los criados. Algunos, subidos en escaleras, sacaban del techo de bálago de la casa y de los edificios de la alquería, fusiles, sables y diferentes armas de guerra; otros se las llevaban, y á juzgar por el sonido de los golpes de azadones