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PLAGIADO

que se dirigían á Apín contra los pobres arrendatarios del país. Era un triste espectáculo.

Al fin llegamos tan cerca de la tierra, que le pedí al botero que me desembarcara allí, lo cual conseguí con gran dificultad, porque el buen hombre, que era una persona honrada, se había comprometido á llevarme hasta Balachu, que era el punto á donde dije que me dirigía. Me dejó pues en Letermore, en Apín, la tierra de Alán.

Era Letermore un bosque de abedules que crecían en la falda escarpada y escabrosa de una montaña que dominaba la ría. De norte á sur lo atravesaba un sendero, á cuya orilla había un manantial de agua junto al cual me senté á comer un pedazo del pan de avena que me había dado el Sr. Henderland, y comencé á pensar en mi situación.

Aquí no sólo me ví atormentado por una nube de mosquitos, sino mucho más por las dudas de mi espíritu.

¿Qué era lo que debía hacer; por qué iba á unirme á un proscripto y presunto asesino como Alán? No sería más cuerdo proceder como hombre de juicio y regresar á mi país nativo, sin más guía que yo mismo?¿Qué pensarían de mí el Sr. Campobello y aun el Sr. Henderland si tuviesen noticias de mi locura y presunción? Estas eran las dudas que me asaltaban con mayor fuerza que nunca.

Mientras estaba entregado á estos pensamientos, oí el rumor de hombres y caballos que atravesaban el bosque; y en efecto, en un recodo del camino ví á cuatro viajeros que se acercaban. El camino era en este lugar tan escabroso y estrecho, que venían en fila uno tras otro, condu-