por todo lo que he oído, es digno de respeto. Muchos hay en nuestro país, Sr. Balfour, que á los ojos del mundo pasan por hombres muy de bien y muy respetables, y son peores que ese mal avisado derramador de sangre humana. Debiéramos tomar ejemplo de ellos. ¿ Tal vez creerá Vd. que he vivido demasiado tiempo en estas tierras ? agregó con una sonrisa.
Le dije que no; que había visto mucho que admirar en las Tierras Altas de Escocia; y si se consideraba bien, el Sr. Campobello, el ministro de Essendean es un montañés.
—Sí,—dijo,—eso es verdad. Es una buena gente.
—Yiqué hay acerca del agente del Rey ?—pregunté.
— Colín Campobello ?—dijo Henderland,—ha puesto la mano en un avispero.
—He oído decir que los despojan de sus bienes á la fuerza. Es verdad?—le pregunté.
—Así es,—dijo,—pero el asunto ha tenido sus altas y sus bajas. Primeramente, Santiago de los Glens fué á Edimburgo y se procuró un abogado, tal vez un Stuart, y logró suspender las expropiaciones. Entonces Colín Campobello, volvió de nuevo con más poderes y echó á un lado á Santiago de los Glens; y ahora dicen que mañana desalojarán al primero de los arrendatarios, y esto á las narices de Santiago, lo que no me parece muy cuerdo.
— No cree Vd. que pelearán ?—le pregunté.
—Bien,—dijo Henderland,—están desarmados, ó se supone que lo estén, porque á pesar de todo hay bastantes armas ocultas en diversos parajes. Y luego Colín Campobello traerá soldados. Sin embargo, si yo fuera