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EL JOVEN DEL BOTÓN DE PLATA

en casa de un tal Juan del Claymore, que estaba ya prevenido; el tercer día iría á Balachu y allí me informaría acerca de la morada de Santiago de los Glens en Apín.

Otros consejos me dió el patrón, tales como no hablar con nadie en el camino; evitar los whigs, los Campobellos y los soldados; dejar el camino y esconderme si veía venir á alguno de estos últimos, porque nada bueno resultaba de encontrarse con ellos; en una palabra, conducirme como si fuera un bandido ó un agente de los Jacobitas, como tal vez me creyó el patrón.

La posada en que paré era de lo más miserable que puede darse, llena de humo, de sabandijas, de suciedad y de taciturnos montañeses. No sólo estaba disgustado con mi alojamiento sino conmigo mismo por mi modo de tratar al patrón. Pero pronto tuve ocasión de reconciliarme con mi suerte, porque al cabo de media hora de estar en la posada, la mayor parte del tiempo en la puerta para no respirar el humo de turba, estalló una tempestad de truenos y cayó una lluvia que lo inundó todo. En aquellos tiempos las posadas de Escocia eran bien malas; sin embargo, me sorprendió mucho tener que ir á acostarme con cerca de medio pie de agua en la habitación.

Al día siguiente muy temprano me puse en camino y encontré á un hombre de pequeña estatura, regordete, de aspecto solemne, vestido con traje algo clerical y decente que andaba con suma lentitud, leyendo á veces en un libro, y otras cerrándolo.

Vine en conocimiento de que era también un catequizante ó maestro de doctrina, aunque de un linaje distinto al del ciego de Mull. En efecto, era uno de aquellos misioneros que la Sociedad de Edimburgo, para la pro-