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EL JOVEN DEL BOTÓN DE PLATA

en una especie de camino para el ganado y constante- mente estuvimos cambiando de posición, ya á la derecha, ya á la izquierda. Todas las ventajas estaban de mi parte, así es que me divertía en ver los esfuerzos inútiles del ciego para atraparme; pero él se ponía cada vez más colé- rico, y empezó á echar ternos en gaélico, y á dar verdade- ros palos de ciego buscándome las piernas. Entonces le dije que así como él tenía una pistola en el bolsillo, yo tenía también una; y que si no conti- nuaba su camino como debía, le levantaría la tapa de los

sesos.

Al instante se volvió muy político; y después de tratar por algún tiempo de calmarme, aunque en vano, me echó unas cuantas maldiciones en gaélico y se alejó de mí.

Me quedé contemplándole cómo marchaba por entre la maleza, tentando á derecha é izquierda con el bastón, hasta que dió una vuelta á la extremidad de una colina y desapareció en una cañada. Entonces continué mi jornada hacia Torosay, mucho más contento de ir solo que no en la compañía de aquel hombre de ciencia. El día fué en realidad muy poco afortunado, y aquellos dos individuos de quienes sucesivamente había podido librarme, eran los dos peores hombres con que tropecé en aquel país.

En Torosay había una posada con un posadero llamado Maclean, que parecía ser de muy encopetada familia, porque tener una posada en las Tierras Altas de Escocia se considera más distinguido que en otras partes. Hablaba muy bien el inglés, y como vió que yo tenía cierta educación, trató primero de conversar conmigo en francés, en lo que tuve que darme fácilmente por vencido; después