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EL JOVEN DEL BOTÓN DE PLATA

no hablar inglés y quiso hacerme alejar por medio de señales, empezó de repente á hablar tan claro como era preciso, y convino en darme alojamiento aquella noche por cinco chelines y guiarme el día siguiente á Torosay.

No dormí muy tranquilo aquella noche, temiendo ser robado; pero pude haberme evitado ese temor, pues mi húesped no era ladrón, sino un hombre en la última miseria y un gran impostor. Ni era el único pobre, pues al día siguiente fuimos á la casa de un individuo, que llamó rico, para cambiar una de mis monedas de oro. Quizás para Mull era un rico, no por cierto en otra parte; porque tuvo necesidad de sacar hasta la última moneda que tenía y poner á contribución á un vecino antes de reunir veinte chelines en plata. El chelín que faltaba para completar los veintiúno necesarios, lo tomó para sí, no sé bajo qué pretexto. Fué, á pesar de eso, muy cortés y bien hablado; nos hizo sentar á comer con su familia, preparó un ponche en un tazón de loza de china, que alegró de tal manera á mi bribón de guía, que se negó á partir.

Yo empezaba á incomodarme y apelé al ricacho (que se llamaba Héctor Maclean), que había sido testigo de nuestro contrato y del pago de los cinco chelines. Pero Maclean había bebido también una buena ración del ponche de aguardiente, y dijo que ningún caballero debía levantarse de su mesa inmediatamente después de beber un ponche; por lo tanto tuve que quedarme allí y oir sus brindis Jacobitas y sus cantos gaélicos, hasta que todos, completamente ebrios, se acostaron á dormir hasta el otro día. Á las cinco de la mañana de éste, que era el cuarto de mis viajes, nos levantamos, pero mi tunante de