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PLAGIADO

turba y con más agujeros que una criba, la casa me pareció un palacio.

El ponche me hizo sudar mucho y caí en un profundo sueño. La buena mujer me hizo acostar, y no me puse de nuevo en camino antes de las doce del siguiente día, con la garganta muy aliviada y el espíritu tranquilo gracias al reposo, el buen alimento y las noticias que había oído. Por más que rogué al anciano caballero que aceptara algún dinero, se negó á ello; antes al contrario, me dió un viejo gorro para que me cubriera la cabeza. Verdad es que no bien me hube alejado de la casa lo lavé en la primer agua limpia que hallé.

No solamente comencé tarde mi viaje, sino que debí de haber vagado mucho tiempo de un lado á otro. Verdad es que encontrẻ mucha gente trabajando en pequeños y miserables sembrados, que no producirán lo suficiente para mantener un gato, ó guardando algún raquítico ganado. Parecía que la pobreza era general; de tal modo, que el camino que yo seguía se hallaba infestado de mendigos. Pocos podían expresarse en inglés, y cuando preguntaba por Torosay, que era el lugar á donde me dirigía, y repetía el nombre, haciendo un ademán con la mano para que me indicaran hacia dónde quedaba, en vez de hacerlo, me daban una larga respuesta en el idioma gaélico, que me dejaba tan á obscuras como antes.

En fin, á eso de las ocho de la noche, y ya en extremo fatigado, llegné á una casa solitaria en que pedí posada, que se me negó, hasta que me acordé del poder del dinero en un país tan pobre, y le mostré una de mis monedas de oro entre el pulgar y el dedo índice. Al momento el dueño de la casa que hasta entonces pretendió