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Encíclica

que sus apóstoles son enviados como corderos entre lobos, que sus seguidores siempre estarán cubiertos de odio y desprecio, como de odio y desprecios fue colmado su divino Fundador. Pero, la Iglesia continúa impertérrita, y mientras difunde el Reino de Dios allí donde todavía no fue predicado, trata por todos los medios de reparar las pérdidas en el Reino ya conquistado. Restaurar todo en Cristo siempre ha sido la divisa de la Iglesia, y es particularmente la Nuestra en los momentos de ansiedad que atravesamos. Restaurar todo, no de cualquier modo, sino en Cristo: en él mismo, todas las cosas que están en el cielo y en la tierra, agregó el Apóstol[1]: restaurar en Cristo no solo aquello que corresponde a la misión divina de la Iglesia de conducir almas a Dios, sino también lo que, como hemos explicado, deriva espontáneamente de esa misión divina, la civilización cristiana en el conjunto de todos y cada uno los elementos individuales que la constituyen.

Y ya que nos detenemos en esta última parte de la deseada restauración, Vosotros bien veis, Oh Venerables Hermanos, cuánta ayuda prestan a la Iglesia aquellos grupos elegidos de católicos que precisamente se proponen reunir juntas todas las fuerzas vivas, a fin de combatir con todos los medios

  1. Ef. I, 10