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Encíclica

—Señalar lo bueno no basta; es necesario llevarlo a la práctica. Para lo que ciertamente será de gran ayuda vuestra exhortación y vuestro paterno e inmediato estímulo para el buen hacer. Sean humildes los principios, siempre y cuando realmente se comience, la gracia divina los hará crecer y prosperar en poco tiempo. Y todos Nuestros amados hijos, que se dedican a la acción católica, escuchan de nuevo la palabra que, tan espontáneamente, nos brota del corazón. En la amargura que nos rodea todo el día, si hay algún consuelo en Cristo, si algún consuelo Nos llega de vuestra caridad, si hay comunión de espíritu y entrañas de compasión, Nosotros diremos con el Apóstol Pablo[1], completad nuestra alegría con la concordia, con idéntica caridad, con un sentimiento unánime, con humildad y la debida sujeción, buscando no la propia conveniencia, sino el bien común, e infundiendo en vuestros corazones aquellos mismos sentimientos de los que se alimentaba Jesuscristo, nuestro Salvador. Sea él el principio de todos vuestros esfuerzos: Cualquier cosa que digáis o hagáis, que todo sea en el nombre del Señor Jesucristo[2]; sea el término de todas vuestras obras: Porque de él y para él son todas las cosas; para él la gloria por los siglos[3].

  1. Fil. II, 1-5.
  2. Colos. III, 17.
  3. Rom. XI, 36.