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Encíclica

al que hoy se encuentra expuesto el clero; y es dar una importancia abrumadora a los intereses materiales de la gente, descuidando aquellos mucho más graves de su ministerio sagrado.

El sacerdote, elevado por encima de los otros hombres para llevar a cabo la misión que ha recibido de Dios, debe mantenerse igualmente por encima de todos los intereses humanos, de todos los conflictos, de todas las clases de la sociedad. Su campo propio es la Iglesia donde, como embajador de Dios, predica la verdad e inculca, con el respeto por los derechos de Dios, el respeto por los derechos de todas las criaturas. De esta manera, no se está sujeto a ninguna oposición, no aparece como hombre de parte, defensor de algunos, adversario de otros, ni, para evitar el impacto de ciertas tendencias y no irritar por muchos argumentos los espíritus amargos, se pone en peligro de ocultar la verdad o de guardar silencio al respecto, incumpliendo en uno u otro caso sus deberes; sin mencionar que, teniendo que tratar a menudo con cosas materiales, podría encontrarse envuelto en obligaciones perjudiciales para su persona y para la dignidad de su ministerio. Por tanto, no debe tomar parte en asociaciones de este tipo, sino después de una madura consideración, de acuerdo con su Obispo,