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Encíclica

y que, en el sentido explicado, constituyen la acción católica, no se pueden de ninguna manera concebirse independientemente del consejo y de la alta dirección de la autoridad eclesiástica, especialmente porque todas deben quedar informadas por los principios de la doctrina y de la moral cristianas; mucho menos es posible concebirlas en una oposición más o menos abierta con la misma autoridad. Ciertamene estas obras, dada su naturaleza, deben moverse con una conveniente y razonable libertad, recayendo sobre ellas la responsabilidad de la acción, especialmente en los asuntos temporales y económicos y en los que se refieren a la vida pública administrativa o política, ajenos al ministerio puramente espiritual. Pero, como los católicos siempre levantan la bandera de Cristo, por esto mismo levantan la bandera de la Iglesia, y, por tanto, es conveniente que la reciban de manos de la Iglesia, que la Iglesia vele por su inmaculado honor y que los católicos se sometan a esta vigilancia materna, como hijos dóciles y amorosos.

Por esta razón, es evidente que desaconsejados estuvieron aquellos, pocos en verdad, que aquí en Italia y ante Nuestros ojos, quisieron disponerse para una misión que no tenían de Nosotros, ni de ningún otro de Nuestros Hermanos en el episcopado,