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Encíclica

cuya cabeza es Cristo: un cuerpo estrechamente relacionado, como enseña el apóstol Pablo[1], y bien compacto y unido por todas las articulaciones que lo sostienen, y esto en virtud de la operación proporcionada por cada miembro individual, por el cual el mismo cuerpo toma su propio aumento y se perfecciona en el vínculo de la caridad. Y, si en este trabajo de edificar el Cuerpo de Cristo[2] es Nuestro primer oficio enseñar, señalar la forma correcta de seguir y proponer los medios, amonestar y exhortar paternalmente, de igual modo es deber de todos Nuestros hijos queridísimos, dispersos por todo el mundo, acoger Nuestras palabras, aplicarlas primero a sí mismos y contribuir efectivamente para aplicarlas también en otros, cada uno según la gracia recibida de Dios, su estado y cargo, y el celo que inflama su corazón.

Aquí solo queremos recordar aquellas múltiples obras de celo, comúnmente designadas con el nombre de la acción católica, que en bien de la Iglesia, la sociedad y los individuos particulares, florecen por la gracia de Dios en todo lugar y que abundan también en nuestra Italia. Entended bien, Venerables Hermanos, cuánto queridos Nos deben resultar queridas y cuán profundamente anhelamos verlas firmes y promovidas.

  1. Ef. IV, 16
  2. Ef. IV, 12