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vido el pasado, y vuelve á tu cariñosa familia que te espera con los brazos abiertos.

Así escribia Dª Carlota á su esposo; y este, aturdido, avergonzado de sí mismo y haciendo solemnes promesas de abandonar para siempre el juego, vuelve á su casa, pero en el mas deplorable estado que puede concebirse. Veinte años parece han pasado sobre su vida; ya no es el mismo de antes; vacilante, decrépito y enfermo de cuerpo y alma, lleva en su rostro las señales del insomnio; las huellas del sufrimiento, los rastros del hambre. Porque há pasado hambre, reducido al último estado de miseria, le ha sido forzoso sentir las consecuencias del abandono.

Todo es alborozo en su casa á su llegada, mortal congoja, acomete á la esposa al verle en tan deplorable estado y sin reconvencion alguna, esméranse todos á porfía, en agasajarle y prestarle esos ciudados que solo una amante cariñosa puede prestar en circunstancias tales. Los hijos afánanse por consolar á entrambos, y una respetable y cariñosa persona, un venerable y recto ministro de Dios corona la obra de perdon con sus sábios consejos, que llevan la paz á aquellas almas atribuladas.