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zado con el juego y las escenas que de él dimanan.

Aquí juegan su influencia las personas que se conduelen del estado de la familia, todas son reconvenciones que por inútiles dejamos de apuntar; solo sirven para empeorar el estado de Dª Carlota, que ya vé en su esposo, un peligro para su sosiego, y advierte con amargura que, el amor de los hijos para con el padre, se ha cambiado en miedo, en aversion mal disimulada; pues así forzosamente tiene que suceder cuando en vez de amor y ternura, solo encuentran desvío y mal ejemplo.

El padre se convierte en objeto temido del que es preciso huir, ó precaverse.

—No está todo perdido (dice para sí D. Agapito), nadie puede saber que yo empleo este dinero, con estos dos mil reales de los arrendamientos, que tengo que entregar á fin de mes, puedo probar fortuna. Si Dios me proteje conociendo la buena intencion que me guía, volveré otra vez á mis antiguas costumbres, y prometo por lo mas sagrado, abandonar el juego; y si la desgracia me persigue, yo procuraré adquirirlos, para no encontrarme en descubierto.