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una partida de mús, le habia sido forzoso permanecer en el Club hasta las 10, con gran zozobra de Dª Carlota que instintivamente sentía ser esta primera falta, el preludio de una série de disgustos, que ahora no comprendía, pero que su perspicacia de mujer le hacía entrever.

— Bien, es la verdad (decia Dª Carlota), ¿cómo se vá á negar con esos señores? Parecería impolítico y desatento. Pero he creido notar en la Señora un cierto aire de contrariedad que me preocupa. Además Agapito no há de jugar por interés: de eso estoy segura.

Pasaban dias y mas dias, y cuando no se pasaba las noches en el Club, eran las tardes, abandonando sus ocupaciones con disgusto del Señor que ya una vez le habia reconvenido:

— Las personas como Vd. Don Agapito, no deben ser tan complacientes, en asuntos en que se resienten sus intereses; bien, muy bien me parecen esas distracciones que solo llevan por objeto pasar un rato de sociedad, pero de ninguna manera puedo consentir que abandonado los quehaceres, se aficione al juego que ya ha debido costarle sus ahorros, y causado la justa estrañeza de las personas que la quieren.