Página:Pequeño diccionario del idioma fueguino-ona - José María Beauvoir.pdf/5

Esta página ha sido corregida


J. L. Miguel Calafacte
Misión Salesiana—Tierra del Fuego—1899

Kalapacta! Kalapacta!...

He aquí un individuo injuriosamente creido caníbal ó antropófago, devorador de carne humana.

Una historia—A fines de 1888 un tal Maurice con algunos compañeros como él atrevidos y desalmados, habían logrado sorprender cerca de la Bahía Felipe, N. de la T. del Fuego sobre el Estrecho, unos pobres Indígenas Fueguinos y, arma en mano, cual si fueran asesinos, los habían traído hasta la playa y, allí embarcados en un buque francés fueron llevados á París para ser presentados en la famosa exposición del 89 en una jaula y exhibidos al público enrioso, cual tipo de salvajes antropófagos, á los cuales á cierta hora del día se les echaba unos pedazos de carne semi-asada con un jarro de agua—Oh auri sacroe fames! ¡Que horrorosos delitos no hace cometer la execranda sed del oro!

Entre los once, pues tantos eran los Fueguinos, infelices victimas del alevoso asesinato llevado á cabo por ese miserable Maurice, también le había cabido la desgracia á nuestro querido J. L. Miguel Calafate.

Llevados allá con cuales amenazas, malos tratos y vejámenes, no huy quien pueda decirlo; después de algunas semanas dos sucumbieron á su triste suerte acabando su martirio.

Continuaban sufriendo indefensos aún en su horrible jaula los nueve restantes, cuando vino á conocimiento del Ministro Chileno en París que esos presuntos antropófagos exhibidos al público eran de la T. del Fuego y cabalmente de la parte de la Nación que él representaba. Horrorizado y lleno de justo furor por la injuria que se irrogaba á su patria, se presentó sin más al Ministro Francés de Relaciones Exteriores á reclamar por tan nefando delito un ejemplar castigo.

Pero el criminal, que naturalmente no tenía nada de zunzo, maliciendo lo que podía suceder, estaba despierto; así que no bien se apercibió que el aire olía á pólvora, abrió la jaula y tomó las de Villadiego, dejando libres sus inocentes víctimas, que el Ministro recogió y envió al Estrecho de Magallanes.

Llegados á Puntarenas, de los nueve quedaban solo cuatro, una vieja con un niño de unos cuatro á cinco años y un matrimonio; de los otros cinco, uno se había fujado y los otros habían muerto en el viaje. Obtuvimos del Gobernador de Magallanes el General Valdivieso, que nos los entregasen y en la primera ocasión los llevamos a la Misión de Dawson. El que esto escribe de vuelta de Montevideo, donde había ido por una diligencia
Kalapacta y José Fuegino
(en la Exposición de París—1889