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Leandro ó la Argante?[1] Por todas partes la tentacion de hacer mal se aumenta con la facilidad de hacerlo; y es necesario que los cómicos sean mas virtuosos que los otros hombres, sino son mas corrompidos.
Ostentando un cómico sobre la escena otros sentimientos que los suyos, diciendo únicamente lo que se le hace decir, representando muchas veces un ser quimérico, se anonada, por decirlo así, se hace nulo con su héroe, y en este olvido del hombre, si de él resta alguna cosa, es para ser el juguete de los espectadores. ¿Y que diré de aquellos que parece temen valer demasiado por sí mismos, y se degradan hasta representar unos personajes a los cuales les disgustaría parecerse? Sin duda es un gran mal
- ↑ Se ha censurado esto como exagerado y como ridículo, y se ha censurado con razón. No hay vicio del que sean menos acusados los cómicos que el de la ratería o robo. Su oficio, que les ocupa mucho y aun les da sentimientos de honor bajo ciertos respectos, les aparta de semejante bajeza. Dejo este pasaje porque me he impuesto por ley no quitar nada; pero lo desmiento altamente como una gran injusticia. Nota de Rousseau en su carta al señor d’Alembert sobre los espectáculos.