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de bajeza, de falsedad, de ridículo orgullo, y de indigno envilecimiento, que le hace comun á toda clase de personages, á escepcion del mas noble de todos, esto es, el de hombre que abandona.

Yo sé que el ejercicio del cómico no es el de un pícaro que quiere engañar; que no pretende que se le tenga en efecto por la persona que representa, ni que se le crea poseido de las pasiones que imita, y que dando esta imitacion por lo que realmente es, la hace enteramente inocente. Asi yo no le acuso de ser precisamente un engañador, sino de cultivar por oficio el talento de engañar y de ejercitarse en unos hábitos que no pudiendo ser inocentes sino en el teatro, no sirven en cualquiera otra parte sino para hacer mal. Estos hombres tan ataviados, tan bien ejercitados en el tono de la galantería y en los acentos de la pasion, ¿no abusarán jamas de este arte para seducir á los jóvenes? Esos criados rateros, tan sutiles de lengua y de manos sobre la escena, en la necesidad de un oficio mas dispendioso que lucrativo, ¿no tendrán jamas algunas travesuras útiles? ¿No tomarán alguna vez la bolsa de un hijo pródigo ó de un padre avaro por la de