cuerpo; acostumbra á la sangre y á la crueldad. Se hace á Diana enemiga del amor, y la alegoria es justa; la languidez del amor solo nace en un dulce reposo; un ejercicio violento ahoga los sentimientos tiernos. El amante y el cazador se afectan tan diversamente en los bosques y en los lugares campestres, que sobre unos mismos objetos forman imágenes del todo diferentes. Las frescas sombras, los bosques, los dulces asilos del primero, solo son para el otro pastos de ciervos, espesuras y mansiones de liebres; donde el uno no oye mas que al ruiseñor y gorgeos de las aves, el otro se figura oir bocinas y ladridos de perros; el uno solo imagina Driadas y Ninfas, y el otro cazadores, caballos, y traillas de galgos.
El abuso del tocador no es lo que se piensa; procede mas bien de aburrimiento que de vanidad. No ignora una muger que pasa seis horas ataviandose, que no sale mejor puesta que una que solo ha gastado media hora; pero es tiempo ganado contra la inaguantable largura del día, y vale mas divertirse consigo que fastidiarse con todo.
Se cree que la fisonomía no es mas que un simple desarrollo de los rasgos ya mar-