consuelos, unos trabajos que podrian asociarnos á sus pesares, que á lo menos costarian algo á nuestra indolencia, y de los que nos alegramos estar esentos. Con razon podria decirse que nuestro corazon se comprime de miedo de enternecerse á nuestra costa.
No siempre es necesario atender á la catástrofe para juzgar del efecto moral de una tragedia; pues, respecto á esto, está lleno el objeto cuando uno se interesa por el desgraciado virtuoso mas que por el culpable feliz. Asi como no hay persona alguna que no quisiese mejor ser Britanico que Neron, convengo en que debe tenerse por buena la pieza que los presenta, aunque Britanico perezca en ella. Pero guiados por el mismo principio, ¿que juicio formarémos de una tragedia en la que, aunque los criminales sean castigados, se nos presentan bajo un aspecto tan favorable, que todo el interes está por ellos? ¿Una tragedia en que Caton, el mas grande de los humanos, hace el papel de un pedante; en que Ciceron, el salvador de la república, Ciceron, que de todos los que lleváron el nombre de Padres de la Patria fué el primero á quien se honró