Si es cierto que el hombre necesita diversiones, es menester á lo menos convenir que no son permitidas sino en cuanto son necesarias, y que toda diversion inútil es un mal para un ser cuya vida es tan corta y el tiempo tan precioso. El estado de hombre tiene sus placeres que derivan de su naturaleza y nacen de sus trabajos, de sus relaciones, de sus necesidades; y estos placeres, tanto mas dulces cuanto el que los gusta tiene el alma mas sana, hacen á cualquiera que sabe gozar de ellos poco sensible á todos los demas. Un padre, un hijo, un marido, un ciudadano, tienen deberes tan caros que llenar, que no les dejan tiempo alguno para abandonarse al fastidio; pero el descontento de sí mismo, el peso de la ociosidad, el olvido de los gustos sencillos y naturales, son los que hacen tan necesaria una diversión estraña. Yo no estoy muy bien con que necesitemos tener de continuo el corazon sobre la escena, como si estuviese mal dentro de nosotros. La naturaleza misma ha dictado la respuesta de aquel bárbaro á quien se alababa la magnificiencia del Circo y de los juegos establecidos en Roma. ¿No tienen los Romanos (preguntó este buen hombre) mu-
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