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al entrar su modo de pensar, si tiene alguno; que tome otro conforme á la índole de la casa, asi como un lacayo toma un vestido de librea, que le deja del mismo modo al salir; y que vuelva á tomar el suyo, si quiere, hasta otro nuevo cambio.

Hay mas; y es que cada uno se pone continuamente en contradiccion consigo mismo sin que lo tenga por reprensible: se tienen unos principios para la conversacion, y otros para la práctica: su oposicion á nadie escandaliza, y parece haber una convencion en que jamas se reunirán entre si. No se exige, ni aun de un autor (sobre todo si es moralista) que hable como sus libros, ni aun que obre como habla. Sus escritos, sus discursos y su conducta son tres cosas diferentes que no está obligado á conciliar. En una palabra, todo es absurdo y nada choca, proque se está acostumbrado á ello; y aun en esta inconsecuencia hay una especia de bien parecer de que se precian muchas gentes. En efecto, aunque todos predican con celo la máxima de su profesion, todos sin embargo se precian de tener el rango de otro. El magistrado toma el aire del caballero, el arrendador hace del señor, el cor-