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Los niños eran inmediatamente integrados, como miembros muy valiosos, a la vida social y familiar. Existía un sentido total de respeto por el infante, tanto por un valor cultural admitido plenamente de manera comunitaria, como por una Pléyade de seres humanos integrados por padres, abuelos, padrinos, tíos, que lo respaldaban. En este núcleo era donde se formaban los valores, principios y actitudes, que regirían el resto de su vida. La educación en el hogar era práctica y por imitación. El ejemplo del núcleo familiar era básico, comenzando por los padres.

Los padres enseñaban a sus hijos varones, a temprana edad, a cumplir con todas las obligaciones masculinas con el hogar y con la comunidad. Además de incorpóralos a los trabajos que realizara el padre, como la agricultura, la cerámica, la caza y pesca, etc., se suman las actividades comunitarias, como los trabajos agrícolas colectivos, la construcción y reparación de templos, edificios públicos, canales, caminos, puentes, etc. Las madres disciplinaban a sus hijas en las tareas del hogar. Aprendían a temprana edad a hacer tortillas, bordar, tejer e hilar, a lavar y mantener escrupulosamente limpia la casa. Así como las tareas comunitarias como limpiar los templos y edificios públicos, preparar los alimentos para los dignatarios,

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