enfrentarlo todo. Un guerrero sabe que lo peor que le puede pasar es morir, y puesto que ése es nuestro destino inexorable, ya que no existen "supervivientes" en la Tierra, entonces queda libre de temores.
Sólo cuando ha perdido todo, el ser humano no tiene ya nada que temer ni perder; cuando esto sucede las ataduras se desprenden y la persona queda libre.
Don Juan dice que, durante toda su vida, en el alineamiento el ser humano solo usa un diez por ciento de las emanaciones, y que las restantes quedan adormecidas. Sí las personas aprovecharan todo su potencial, su vida tendría otra dimensión. Lo que ocurre con la muerte es que, al desplomarse el capullo, todas las emanaciones internas se alinean con las externas. y he aquí la pregunta de los guerreros al respecto: Sí cuando morimos lo hacemos con todas las emanaciones, ¿por qué no buscar en la vida alinearlas todas?
En esta parte de la obra, nuevamente Don Juan, le menciona a Castaneda a un personaje que cambió el destino y el camino del linaje al que perteneció Don Juan. Nos referimos al “inquilino” que fue a buscar al nagual Sebastián 1723, quien era el sacristán de la catedral y a quién le pidió energía a cambio de conocimiento, ya que el inquilino pertenecía a los primeros videntes.
Esta parte es muy oscura y todavía no ha quedado muy claro, a “la muerte” del nagual Castaneda y al no ser un nagual de cuatro puntas, quién le ha seguido dando energía al inquilino.
—Usted afirma que están vivos, don Juan —dije—. Debe querer decir que están vivos como están vivos los aliados, ¿no es así?
—Así es, precisamente —dijo—. No es posible que estén vivos como lo estamos tú y yo. Eso sería ridículo.
Prosiguió, explicando que la preocupación de los antiguos videntes por la muerte los hizo investigar las más extrañas posibilidades. Sin duda alguna, aquéllos que optaron por el molde de los aliados tenían en mente el deseo de un refugio. Y lo encontraron, en una posición fija en una de las siete bandas de la conciencia inorgánica. Los videntes pensaron que allí estaban relativamente seguros. Después de todo, quedaban separados del mundo cotidiano por una barrera casi infranqueable, la barrera de la percepción establecida por el punto de encaje...
—Tienes que admitir, a pesar de todo lo que te disgustan, que esos demonios eran muy audaces —prosiguió—. Como sabes, a mí nunca me cayeron bien tampoco, pero no puedo dejar de admirarlos. Su amor a la vida rebasa mi comprensión...
Él pensaba que tenían miedo de morir, lo que no es lo mismo que amar la vida. Yo digo que no querían morir porque amaban la vida y porque habían visto maravillas, y no porque eran monstruos codiciosos. No. Estaban extraviados porque nadie los desafió jamás, eran caprichosos como niños malcriados, pero su osadía era impecable y también lo fue su valor...” C.C.