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adquiere un sentido de INTENTO INFLEXIBLE y el camino queda abierto: un acto llevará al siguiente, hasta que el guerrero emplee todo su potencial. El intento inflexible conduce al silencio interno y éste a la fuerza interna necesaria para mover el punto de encaje.

Tener fuerza interna significaba poseer un sentido de ecuanimidad, casi de indiferencia,

un sentimiento de sosiego, de holgura. Pero sobre todo, significaba tener una inclinación natural y profunda por el examen, por la comprensión. Los nuevos videntes llamaron sobriedad a todos estos rasgos del carácter.

—La convicción que tienen los nuevos videntes —prosiguió—, es que una vida de impecabilidad lleva de por sí, inevitablemente, a un sentido de sobriedad, y eso a su vez hace moverse al punto de encaje.

"Ya te dije que los nuevos videntes creían que el punto de encaje puede moverse, desde adentro. Ellos sostuvieron que los hombres impecables no necesitan que alguien los guíe, que por sí solos, mediante el ahorro de su energía pueden hacer todo lo que hacen los videntes. Lo único que necesitan es una oportunidad mínima; solamente necesitan estar conscientes de las posibilidades que los videntes han descubierto."...

Supe sin duda alguna que don Juan tenía razón. Todo lo que se requiere es impecabilidad, eso es energía. Todo comienza con un solo acto que tiene que ser premeditado, preciso y continuo. Si ese acto se lleva a cabo por un periodo de tiempo largo uno adquiere un sentido de intento inflexible que puede aplicarse a cualquier cosa. Si se logra ese intento inflexible el camino queda despejado. Una cosa llevará a otra hasta que el guerrero emplea todo su potencial...

"Lo que verdaderamente necesitamos es sobriedad, y nada puede dárnosla, ni ayudarnos a obtenerla, salvo nosotros mismos. Sin ella, el movimiento del punto de encaje, es caótico, como son caóticos nuestros sueños ordinarios.

"Así que, al fin y al cabo, el procedimiento para llegar al cuerpo de ensueño es la

impecabilidad en nuestra vida diaria."... C.C.

EL NAGUAL JULIÁN

Don Juan le explica a Castaneda que al nagual Julián —quien era un maestro en el arte del acecho— no le importaba la gente y que en ello radicaba el hecho de que la podía ayudar. El nagual Julián le daba todo y aún más de lo que no tenía porque sencillamente la gente le importaba un bledo. A Don Juan si le importaba la gente, y por lo mismo nunca la ayudaba; hacerlo le producía la sensación de estar imponiéndole su voluntad. Don Juan le enseña a Castaneda que el guerrero se debe distinguir por su esfuerzo sostenido y su intento inflexible en el tratar de mover su punto de encaje que, al lograrlo, pasa a la categoría de vidente o tolteca y, de ahí, a la búsqueda de la libertad total.

Don Juan dice que en un tiempo él vivía a través de la importancia personal, ya que todos, de manera natural, ahí tenemos emplazado el punto de encaje. Cuando aprendió a mover el punto de encaje, a través del establecimiento de nuevos hábitos apoyados por todas las técnicas de la Toltequidad, se descubrió ante un maravilloso y aterrador mundo.

Don Juan habla de que la vida de sus padres no fue mala, que fue como la de todos y lo único importante que hicieron fue tenerlo a él. Cuando logró mover su punto de encaje, se dio cuenta que la vida de sus padres no tuvo mayor significado ni para ellos ni para otros, sólo para él, por el hecho mismo de que le dieron el maravilloso regalo de la vida.

El guerrero, cuando mueve su punto de encaje y "ve", se da cuenta del tremendo precio que la gente paga por su vida de inercia y enajenación cuando son luz y energía, desaprovechando así la oportunidad de la vida y del estar vivos.

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