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sustentación; pero no la 'dirección de la marcha'. Formados en cuatro parejas constituían una víbora de cascabel, animal fundamental en la cultura tolteca."

La maestra Laurette Séjourné en su libro Pensamiento y religión nos dice en la página 169: "Las otras metáforas señalan todas la misma nostalgia de la liberación. La serpiente de fuego es el individuo ardiente en deseos de trascender su condición terrestre."

"Me explicó que, puesto que nos hallábamos divididos en parejas, formábamos un organismo viviente. Éramos una serpiente, una víbora de cascabel. La serpiente tenía cuatro secciones y se hallaba dividida en dos mitades longitudinales, masculina y femenina. Aseguró que ella y yo conformábamos la primera sección de la serpiente: la cabeza. Se trataba de una cabeza fría, calculadora, ponzoñosa. La segunda sección, formada por Néstor y Lidia, era el firme y bello corazón de la serpiente. La tercera era el vientre: un vientre furtivo, caprichoso, desconfiable, que componían Pablito y Josefina. Y la cuarta sección, la cola, donde se hallaba el cascabel, estaba formada por la pareja que en la vida real podía cascabelear en su lengua tzotzil por horas enteras, Benigno y Rosa... Decía que un guerrero sabe que está esperando y también sabe qué es lo que está esperando, y, mientras espera, deleita sus ojos en el mundo. Para él la máxima hazaña de un guerrero era el gozo..." C. C.


UNA HORDA DE BRUJOS IRACUNDOS

La medicina del guerrero, ante el cúmulo de sentimientos encontrados en los que siempre se mueve el hombre común, es el sentido de sobriedad que le da un estilo muy propio. Su signo es que es inalterable. Si un guerrero encuentra obstáculos en su camino trata de superarlos de manera impecable. Si al tratar de hacerlo encuentra dolor y privaciones insoportables, entonces llora, consciente de que todas sus lágrimas juntas no cambiarán su situación.

"les dije que yo había llegado a la conclusión imparcial de que, como guerrero, don Juan había cambiado el curso de mi vida, para bien. Yo había sopesado una y otra vez lo que él había hecho conmigo y la conclusión siempre fue la misma: don Juan me trajo la libertad. La libertad era todo lo que yo conocía, y eso era todo lo que yo ofrecía a quien fuera el que se acercase a mí…" C. C.


SEGUNDA PARTE
EL ARTE DE ENSOÑAR


PERDER LA FORMA HUMANA

Resulta interesante leer en este libro la honesta confesión de Castaneda, de que hasta después de muchos años de ser discípulo de Don Juan y seguir sus técnicas y procedimientos, logra perder la forma humana. Confiesa que experimentó una disminución de sus nexos personales con el mundo, pero sólo en un plano intelectual; en el mundo cotidiano seguía como siempre, hasta que muchos años después perdió la forma humana.

Perder la forma humana no es asumir una actitud superficial de indiferencia o negligencia ni de enajenación o soledad. Es más un sentimiento de lejanía, una especial capacidad de vivir todo intensamente pero sin tener pensamientos y expectativas. Las acciones de las personas ya no tienen valor porque no existen expectativas. Dice Castaneda que la fuerza que regía su vida era una extraña paz. Había llegado al desapego que tanto le recomendó Don Juan.

En un guerrero sin forma humana ya no hay lugar para los celos, la tristeza, las envidias, los enojos, los amores o las pasiones humanas; éstas nos impiden ser libres. El no

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